LA PERVERSIÓN QUE NOS ACECHA: EL MONSTRUO PENTÁPODO, DE LILIANA BLUM



Liliana Blum (Durango, 1974) es una autora que se supera a sí misma en cada libro. Su novela anterior, Pandora, causó gran polémica al presentar el caso de una mujer con obesidad mórbida, que se enamora de un médico exitoso cuyo propósito en la vida es engordarla hasta el infinito.
El monstruo pentápodo causará aún mayor polémica. Si bien en ambas novelas se plantean historias de individuos con apetitos repugnantes, no es comparable el feederism con la pederastia ni con el síndrome de Estocolmo, temas principales de esta obra.
Raymundo Betancourt es un ingeniero civil durangueño que aparenta ser una persona ejemplar. Nadie podría imaginarse que, tras su bondadosa fachada, existe un depredador. Un enfermo. Alguien que, tras reprimir a duras penas su pedofilia, sea capaz de llegar a las peores bajezas y sin embargo, no logre sentirse nunca saciado. Al descubrir en sus cotidianos rondines a Cinthia, la víctima perfecta, decide que la hará suya. Lo cual, por supuesto, no es tan sencillo. Investiga todos sus movimientos. Al volver a encontrarla, lo cual toma como una señal divina, urde un plan. Y en ese plan envuelve a Aimeé, una mujer treintañera con enanismo, quien pasa de enamorada a cómplice de un criminal.
La novela está compuesta por 39 capítulos, de los cuales 8 son cartas que Aimeé escribe a Raymundo y 11 son fragmentos de un diario que la enanita lleva.
Resulta muy acertado que Blum opte por alternar a un narrador en tercera persona con los testimonios escritos de la mujer acondroplásica, ya que gracias a ellos el lector conoce mejor sus motivaciones, las circunstancias y sentimientos ambivalentes que experimenta. 
La autora sabe mantener la tensión narrativa incluso en los momentos de aparente calma; la temporalidad, aunque no es lineal, resulta fácil de hilar.
Pero el acierto principal es que su obra dista de una visión maniquea. Pues nunca se sabe realmente quiénes son los vecinos de uno o incluso, quién es uno mismo. Cómo puede reaccionar si ha estado reprimido toda la vida. Cómo puede sentirse si ha permanecido en la decadencia, el aislamiento, si carece de autoestima y de posibilidades reales, no digamos de sobresalir, sino tan sólo, de ser amado. He allí, por ejemplo la terrible paradoja de Aimeé, pues su nombre en francés significa “Amada”, justo lo que nunca ha sido. Por esa insalvable carencia termina viviendo una pesadilla.

Hay capítulos magistrales, llenos de frases dignas de subrayarse. Como el de los pensamientos suicidas que invaden a Susana, la madre de Cinthia, al pasar meses enteros sin noticias de su hija: “-Merezco morir- dijo como si alguien más estuviera en la habitación. El pensar que su niñita ya había muerto la hacía merecedora de su propia muerte” (p. 152); como el de la carta donde Aimeé reclama: “Soy un monstruo, Raymundo. Tú hiciste esto de mí” (p. 146); como aquel donde el sometimiento que Raymundo pretende de Cinthia llega a lo más aberrante y absurdo: “El miedo es una correa invisible” (p. 221); “El miedo se parece tanto a la excitación” (p. 222).
Habrá quien somatice la lectura, no sólo por los innumerables cuestionamientos éticos y morales a los que se verá sometido, sino por las descripciones tan vívidas, tan sensoriales, que se incluyen.
El monstruo pentápodo: Alegoría de la perversión que nos acecha en cada esquina, en cada ventana, en cada mirada…

Elena Méndez

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Liliana Blum,
El monstruo pentápodo,
Col. Andanzas,
Tusquets Editores,
México, 2017,
240 pp.



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