BÁRBARAS DEL NORTE O EL SÍNDROME DE LA TRIPLE FRONTERA: NARRADORAS DE LA FRONTERA NORTE

…esta manera chocante de pronunciar la s, la ch y la j no significa ninguna extranjería…
Inés Arredondo
"La verdad o el presentimiento de la verdad"
Autobiografía 1
Ser mujer, ha dicho la feminista marroquí Fatema Mernissi, es de por sí una condición fronteriza. De frontera con respecto al varón: "(…) El amor entre un hombre y una mujer es, por fuerza, una mezcla peligrosa de culturas extrañas entre sí, aunque solo sea porque la diferencia sexual es en sí una frontera cósmica, un límite existencial (…)" 2 En "sentido cósmico", siguiendo la interesante idea de Mernissi, las mexicanas de la frontera norte somos doblemente fronterizas… triplemente, si encima somos escritoras. Como ya he apuntado, la nuestra no es meramente una frontera geográfica, una línea divisoria entre nuestro país y el vecino: se trata sobre todo de la frontera virtual entre el tercer mundo y el Imperio, lo que necesariamente crea en los habitantes de uno y otro lado una especie de fricción esquizofrénica entre realidad y ficción: tan abismales diferencias terminan por hacer del vecino un "personaje", idealizado, odiado o temido.
Ante la supremacía masculina en los listados de "eso" que los críticos insisten en separar del resto de la producción literaria mexicana bajo la clasificación de "literatura de la frontera" (ni siquiera es necesario especificar a cual frontera se refieren: la literatura de la frontera sur ha sido integrada sin dificultad al corpus de la literatura mexicana), resultará curioso el dato de que esta, llamémosle, "corriente", haya sido iniciada una mujer: Josephina Niggli (1910-1983), nunca citada, por cierto, en los sesudos estudios críticos consagrados a denostar y/o alabar a la literatura fronteriza. Su novela, Apártate, hermano ha sido recientemente traducida del inglés por David Toscana. 3 Entiéndase, Niggli no era una escritora chicana sino una escritora mexicana, nacida en Monterrey, Nuevo León, hija de padres norteamericanos, criada en el epicentro de la pugna de identidades, que eligió el inglés para comunicarse pero escribió casi exclusivamente sobre México, ambientando sus obras en Monterrey. Básicamente dramaturga, sus obras exploran a profundidad la identidad esquizofrénica del mexicano de la frontera, básicamente a través del mestizaje. Es autora de dos magníficas novelas que abordan la misma problemática: la antes citada y Mexican Village.
Es desde esta perspectiva, la de las clasificaciones arbitrarias que devienen estereotipos, que las escritoras de la frontera norte somos tres veces fronterizas, pues tanto nuestra visión del mundo como nuestros intereses temáticos y/o estéticos difieren notablemente de lo que, se cree, atañe en exclusiva a los escritores de la frontera norte. Y aún las autoras que sí escriben desde su perspectiva fronteriza resultan excéntricas en relación con sus, llamémosles, equivalentes masculinos. Aunque considero necesario hacer hincapié en que, contrario a lo que se ha manejado, entre los autores fronterizos varones también son excepcionales quienes centran su obra en la problemática regional, lo cual no repercute en la calidad de la literatura de quienes sí lo hacen. Entre estos últimos podríamos citar a Élmer Mendoza, Heriberto Yépez, Luis Humberto Crosthwaite, Eduardo Antonio Parra, Juan José Rodríguez, Gabriel Trujillo, Leonidas Alfaro y César López Cuadras. 4
Aunque la mayoría de las autoras de la frontera nos encontramos en los versos de la poeta Dana Gelinas donde menciona las partículas de azufre deslizándose al interior de los libros y el calor al rojo de las banquetas de Monclova 5 , cada una ha asumido en forma disímil la experiencia. Respecto a las escritoras de la frontera norte que han abordado concretamente a su región, citaríamos a Rosina Conde, Rosario San Miguel, Regina Swain y Estela Alicia López Lomas. El de Rosina es el caso emblemático de este análisis, no solo porque se trata de la única autora de la frontera que ha profundizado en la problemática fronteriza desde una perspectiva femenina, sino por su todavía no reconocida calidad de precursora. Fue, para empezar, el primer autor que desarrolló literariamente el tema del narcotráfico aunque, oh, ironía, de la referida novela, Como cachora al sol, sólo se han publicado fragmentos en revistas literarias. A los mismos editores que han hecho su agosto subrayando el ingrediente del narco en las novelas de los autores más representativos de la frontera, dicho tema debe haberles resultado chocante abordado por una mujer que, naturalmente, no presenta la visión idealizada del asunto, sino la que dolorosamente repercute en nuestra cotidianidad. En sus posteriores relatos, principalmente en la novela La Genara, Rosina continúa abordando la problemática fronteriza, concretamente la que atañe a las mujeres que, no es secreto, son las más afectadas por esta condición borderline pues no requieren transgredir la frontera para padecer toda suerte de humillaciones: las costureras, las obreras, las estudiantes de la secundaria federal, las lesbianas… en el caso concreto de La Genara, las jóvenes profesionistas que continúan debatiéndose entre el "debe ser", tan imponente aún por esos lares (baste escuchar la forma en que los asesinos todavía encubiertos de Ciudad Juárez son justificados en aras de la "dudosa moralidad" de sus víctimas), y el legítimo anhelo de independencia. Aunque sin profundizar tanto como Rosina en el aspecto social, la chihuahuense Rosario San Miguel captura en Callejón Sucre y otros relatos (Eón, 2005) la esencia de su lugar de origen a través de una especie de violencia poética que pone en relieve la sutil pero latente discriminación hacia las mujeres, en todos los ámbitos. La denuncia social, pues, se entrevera en el discurso intimista de la mayoría de sus relatos. Swain, originaria de Monterrey, Nuevo León pero radicada en Ensenada, Baja California, es la narradora emblemática de lo que Canclini denominó "laboratorio de posmodernidad". Ningún otro narrador de aquella región ha retratado esta frontera un paso más allá de la realidad, sometida a un perpetuo forcejeo cultural que la coloca entre la espada de una posmodernidad casi apocalíptica y la pared de un letargo extático, de un tiempo detenido o desvanecido. El desparpajo con que Regina incursiona en un género literario tan santificado como el ensayo y la conmovedora franqueza con que se expresa en los mismos, vinculable a la de los relatos que conforman el libro La señorita Supermán y otras danzas (CONACULTA, Instituto de Cultura de Baja California, Fondo Editorial de Baja California, 2001), premio Gilberto Owen 1992, ejemplifican esta actitud experimental y rompedora de quienes lidian día a día con la identidad dividida: "(…) Escribir es, a mi juicio, otra forma de hablar, hablar en tinta y papel, y yo hablo así desde niña (…) Finalmente, si escribir es otra forma de hablar, la literatura debe ser la forma más larga de las conversaciones." ( Ensayos de juguete, CONACULTA, Instituto de Cultura de Baja California, Fondo Editorial de Baja California, 1999, pp. 19-22)
Estela Alicia López Lomas, mejor conocida como "Esalí", recrea una frontera simbólica, más aún, simbiótica respecto a su voz narrativa que es la voz de la tierra y, por ende, polifónica. Resalta, sin embargo, los aspectos míticos que arraigan a esta región con México no obstante la tentadora proximidad del american dream, con especial énfasis en su novela Terramara (Editorial Vandalay, Culiacán, Sinaloa, 2004). El hecho de haber nacido en Jalisco, aunque radicada en Tijuana desde niña, crea esa maravillosa ambivalencia que nos vuelve conscientes de hasta qué punto los habitantes de la frontera norte defienden su alma contra el diablo: "La identidad individual. La identidad de lo múltiple. La multiplicidad de lo uno. Todos los mexicanos, ¿un mexicano? ¿Cuál? ¿De cuándo? ¿De dónde?". 6 En el sentido de recrear una mitología regional afín a los símbolos de mexicanidad, emparentaría a López Lomas con la sonorense María Antonieta Mendívil (Hermosillo, 1972), quien a través de su primera novela, Otros tiempos (Equilibrio editores, Palabra de Mujer, Sonora, 1999), nos brinda una visión completamente personal del desierto de Sonora, volviéndolo epicentro de una trama apocalíptica donde el lenguaje está en vías de ser proscrito y ha generado un tabú. El lenguaje como arma; la expresión lingüística como amenaza tangible para un régimen que se ha apropiado de ese inmenso mundo desértico del que la poesía no podrá ser desterrada por completo pues no existe otra manera de explicar el desierto mismo: "La palabra así viaja como una espada con vestido de manjar, y se le abren fácilmente las puertas del apetito; dentro, desenvaina, y abre con su filo el telón de la conciencia. Una vez abierta, ésta ya no puede ser la misma." (p. 21)
Autora de dos libros de cuentos, Gente menuda y No son gente como uno (ISC, 2003) la sonorense Sylvia Aguilar Zéleny (Hermosillo, 1972), si bien no aborda la problemática regional en su narrativa, no en sentido estricto, narra desde una perspectiva fronteriza, casi siempre femenina, y no escatima el empleo de términos coloquiales y regionales. Su literatura de talante anecdótico y nostálgico, se ha centrado en el ámbito infantil y juvenil y muestra el proceso de maduración de niños criados en el rigor del forcejeo cultural, debatiéndose entre el "acá" y el "allá", lo que necesariamente incendia su imaginación tanto como sus ambiciones. Se advierte también una crítica con respecto a los vecinos, particularmente en el segundo título, crítica elaborada asimismo desde el discurso coloquial y la engañosa inocencia de sus narradores y narradoras.
Zonia Sotomayor Petterson (Hermosillo, 1954) es, en cuanto a temperamento literario, la más sonorense de las escritoras sonorenses. Su primera novela publicada, Los de Moisés (Plaza & Valdés, 2005), hilvana una zaga que me remite instantáneamente a Sonora, donde las familias son muy cuidadosas respecto a conservar las anécdotas de los antepasados a través de la oralidad pero también de testimonios físicos e icónicos, aspecto también observable en la narrativa de Aguilar Zéleny. Los De Moisés es una familia esencialmente trágica, signada por una especie de maldición que está en el aire, que no se explica ni tiene origen específico. Simplemente está ahí y desune físicamente a la familia aunque manteniéndola unida a través de la oralidad. Y si bien alude al destino y a la magia, el tono es arrebatado y pasional y la trama rebosa carnalidad hasta alcanzar la cima de la escatología a través de la innombrada enfermedad que ataca a Héctor María, uno de los protagonistas, y lo carcome hasta dejarlo convertido en un guiñapo sanguinolento. Zonia es autora de otra novela, legendaria no obstante permanecer inédita, Toda la oscuridad del universo, objeto incluso del análisis de Socorro Tabuenca, especialista en literatura de la frontera norte escrita por mujeres quien hace hincapié en la ausencia de la temática lésbica en la literatura de la frontera norte, salvo la novela citada y los relatos "Sonatina" de Rosina Conde y "La otra habitación" de Rosario Sanmiguel. 7
La narrativa de las autoras fronterizas que analizaremos a continuación no se define por una ubicación geo-política en particular, es decir, no encajan ni estética ni formalmente en un modelo de literatura de la frontera norte, en sentido estricto, no obstante la afinidad ideológica, vivencial y experimental que existe entre estas y las autoras del grupo anterior. En primer lugar citaría a la tamaulipeca Cristina Rivera Garza (Matamoros, 1964), la más representativa de la nueva literatura de la frontera norte, único nombre femenino que nunca falta en alguno de esos recuentos arbitrarios. Ganadora en 1999 del premio nacional de novela José Rubén Romero con Nadie me verá llorar, la más representativa de sus novelas y, para algunos, la mejor hasta ahora, Cristina pertenece a ese grupo de escritores "raros", entre los que destacaría también a Sergio Pitol, Carlos Monsiváis o David Toscana, creados no por la mercadotecnia ni por las mafias culturales, sino por los propios lectores, fenómeno que afortunadamente continúa observándose en el panorama nacional no obstante la tan cacareada escasez de lectores. Las novelas y relatos de Cristina transcurren en ámbitos cerrados y atmósferas enrarecidas y, salvo el caso de Nadie me verá llorar, novela de trasfondo histórico desarrollada en el México postrevolucionario de principios del siglo XX, en la ciudad de México para ser exactos, no se alude a una ubicación geográfica en particular. En La cresta de Ilión, por ejemplo, la trama se desarrolla como un sueño: la llegada de una misteriosa mujer a un lugar que pareciera ser hospital pero en realidad es un refugio para moribundos, y que, averiguaremos más tarde, se trata de un homenaje a la no suficientemente valorada escritora mexicana Amparo Dávila, cuya lectura retomamos a través de esta sutil invitación que nos hace Cristina. En Lo anterior se menciona el desierto, y es acaso la única de las tres novelas que pudiera remontarnos a la frontera norte, no tanto por el escenario desértico sino por las referencias a la personalidad de los personajes de esta extraordinaria aunque muy incomprendida novela, no de amor sino sobre el amor.
Nacida en Tamaulipas en 1962 pero radicada desde la infancia en Monterrey, Patricia Laurent Kullick es acaso quien enarbola el discurso más trasgresor de este grupo. En el caso de Patricia no es tanto que la ubicación geográfica sea o no identificable, lo es en varios de sus relatos. Sencillamente no se trata de un dato trascendental para la comprensión de la trama: la narración absorbe completamente los sentidos del lector, como sería el caso de la novela El camino de Santiago (Era, 2004) donde se lleva a cabo una suerte de diálogo esquizofrénico sostenido entre Mina y Santiago, los personajes que habitan a la protagonista que no encuentra su lugar en el mundo y pretende encontrarse a través de los objetos y de los hombres.
Cristina Rascón (Cajeme, 1977) es una joven escritora sonorense cuya principal obsesión es la cultura nipona y esto se refleja no solo en la temática de sus relatos sino sobre todo en la intención revolucionaria y trascendente de los mismos. Su primer libro de relatos, El agua está fría (ISC, 2006), atrapa en forma asombrosa la esencia de la espiritualidad de oriente y la fusiona con la aspereza del desierto sonorense, combinación que parece arriesgada, casi imposible, y sin embargo resulta en una especie de género alternativo que bien podría ser aquel libro de almohada al que hacía mención Sei Shonagon, autora japonesa del siglo X que protagoniza el asombroso relato que abre el citado libro, donde Shonagon no solamente se enfrenta a su legendaria rival, Murasaki Shikibu, autora de la considera la primera novela formal de la historia, Historia de Genji, así como a las demás calígrafas que se disputan el favor de la emperatriz, sino también a una esclava que posee un peculiar talento en caligrafía y composición casi equiparable con el suyo. Los relatos de Cristina pudieran considerarse, asimismo, un extenso haikú de frases cortas, contundentes, poéticas.
Liliana Blum, nacida en Durango en 1974 y radicada desde bebé en Tampico, Tamaulipas, pareciera más tradicional pues sus relatos poseen un enfoque eminentemente feminista, sin embargo es justo por esto que resulta transgresora: retomar el feminismo, insertarlo en esta época aparentemente post-feminista y hacernos ver que hoy, más que nunca, necesitamos afianzarnos a la lucha emancipatoria pues vivimos algo peor que el prefeminismo, es decir, la ilusión de estar liberadas. El relato La maldición de Eva (tragedia en siete actos), incluido en el libro del mismo nombre (Voces de Barlovento, Tampico, 2002), retrata hasta qué punto la maternidad puede representar la peor pesadilla de una mujer y, al mismo tiempo, su salvación, su inspiración para romper cadenas. Lo que transforma en pesadilla esta experiencia son las condiciones externas, es decir, las taras y prejuicios en torno a la maternidad, bendita y maldita a un tiempo. Aquí es donde surge otra clase de diálogo esquizofrénico de la madre con una sociedad indefinida e incongruente. Liliana es acaso la única escritora de su generación que ha retomado los intereses literarios de Rosario Castellanos desde una posición inquietantemente contemporánea. En ese sentido la siento muy afín con la poeta tijuanense Amaranta Caballero, aunque Amaranta, pese a su juventud, retoma la problemática del ser mujer con firmeza equiparable a la de autoras de los años sesenta o setenta, más con pasión que con rabia: "Cuando se habla de las mujeres/ generalmente se olvidan/ sus significados principales./ Cuando hablan las Mujeres/ el olvido enmudece." ( Tres tristes tigras, "Entre las líneas de las manos", CONACULTA, CECUT, 2004).
Considero pertinente incluir a una joven sinaloense que no ha publicado formalmente sus relatos, es decir, no a manera de libro, pero sí en múltiples revistas literarias, y la pertinencia de citarla se debe a dos razones, la principal, su calidad literaria, la segunda por sentido del equilibrio ya que se trata de la única narradora sinaloense que se ajusta al perfil aquí analizado: Elena Méndez (Culiacán, 1981), narradora muy lúdica que gusta de jugar con el lenguaje y la intertextualidad. La ironía dolorosa de sus relatos breves, así como la glamourización de personajes delictivos femeninos, las "narcas", representa el aspecto más distintivo de su prosa. Y si bien resulta evidente su influencia con otros autores sinaloenses como Juan José Rodríguez y Élmer Mendoza (éste incluso aparece como personaje de su delirante relato "Una clase de literatura"), Elena ha sabido digerir muy bien tales influencias y aportar un producto sumamente original e interesante. Sus textos, además, denotan tanta reverencia hacia la literatura como necesidad de no tomársela en serio: " Obsesión, obsesionada con el sexo, alega que Emma debería haber puesto a Charles a leer el Kama Sutra pero, en vez de eso, cayó en la tentación de que tanto su clítoris como su punto G fuesen descubiertos y estimulados por sus amantes (uno por uno, se entiende)."
Como juez y parte de esta corriente literaria, me permito intercalar un comentario respecto a mi propia obra y mi muy personal sentir respecto a la influencia de la frontera norte en ella: ya en un texto previo escribí sobre cómo y en qué condiciones se desarrolló en mí la vocación literaria; nacida en Hermosillo, Sonora, de madre sinaloense, para mayores señas, oriunda de Navolato, mi Macondo norteño, y de padre zacatecano educado en Zurich; les hablaba también de la chiquilla que bebía coca con mucho hielo ante un ventilador, en la habitación de una casa enclavada en pleno desierto y con Charlotte Brontë, Jane Austen y Virginia Woolf como autoras gurús. La combinación de esto con la circunstancia de que por el trabajo de mi padre tuve que cursar mis estudios primarios y secundarios en la ciudad de México, volando a mi natal Hermosillo a la menor oportunidad, pudiera explicar que mi narrativa es fronteriza solo en temperamento, así como que mis personajes suelen ser locos o cuerdos en territorio de locos, o extranjeros atrapados irremediablemente en culturas hostiles, o colonizadores de paraísos artificiales. Fui, pues, una niña cuya educación fluctuaba entre la rigidez de un colegio supuestamente inglés donde rendíamos honores a dos banderas y las vacaciones con una abuela que desplumaba gallinas, y las truculentas historias susurradas entre mis tías sobre mi prima Julie, casada con un narco. ¿Qué mayor esquizofrenia que esa? Naturalmente me identifico con las autoras del segundo grupo. Entiendo lo que quiere decir Inés Arredondo al hablar de lo profundamente que la impactó su pueblo natal, Eldorado, en la construcción de su corpus narrativo. A mí Hermosillo también me influyó en el sentido de que mis novelas son como una pequeña y aséptica ciudad llena de calor y gozo donde te topas con tu mejor amigo de la infancia y te desvías sin pensarlo dos veces de tu camino original, porque la ocasión lo amerita y nada te apura. Mi literatura es tan fluctuante como mi acento exótico. Estoy completamente de acuerdo con Luisa Valenzuela cuando dice, borgeanamente: "Escribir ficción es una búsqueda de tácitos secretos que nos irán acercando al calor del invalorable e inalcanzable Secreto." 8
Este ensayo aborda exclusivamente a las narradoras porque sería demasiado extenso abarcar todos los géneros, sin embargo me permitiré algunas menciones que considero importantes, y aún así estoy segura de que me quedaré corta: las notabilísimas dramaturgas Bárbara Colio (1969) y Glafira Rocha, bajacaliforniana y sinaloense respectivamente, y las espléndidas poetas Enriqueta Ochoa de Coahuila, así como Carmen Alardín y Minerva Margarita Villarreal de Nuevo León; Laura Delia Quintero de Sonora, Elizabeth Cazessus de Baja California y Dana Gelinas, de Coahuila, y la muy joven, también regia, Ofelia Pérez Sepúlveda. Me permito mencionar asimismo y por homenaje a la imponente chihuahuense Aurora Reyes, que hace años no está entre nosotros.


Eve Gil


1 Inés Arredondo, Obras completas, Siglo Veintiuno Editores, 4ª. edición, 2002
2 El harén en Occidente, Espasa, Editorial Planeta Colombia, Traducción de Inés Belaustegui Trías, 2001, p. 199
3 Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León, serie Árido Reino, México, 2003
4 Y aún estos autores abandonan ocasionalmente su entorno para explorar otras posibilidades, caso concreto de Mendoza, Rodríguez y Trujillo, autor este último de un volumen completo de cuentos de ciencia ficción.
5 Altos hornos, editorial Praxis, 2006
6 Terramara, p. 13
7 "Mecerse entre fronteras. La literatura de mujeres fronterizas, mexicanas y chicanas", Revista Quimera, No. 258, junio 2005, Barcelona, España.
8 Escritura y secreto, Cuadernos de la Cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey, Tec de Monterrey, Ariel, México, 2002, pp. 18 y 19)

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Ponencia leída durante el IV Festival de la Literatura del Noroeste 'Transladando fronteras', realizado en Tijuana, Baja California, del 8 al 11 de noviembre del 2006 ( Mesa: La historia de la literatura de la región noreste y noroeste, con Gabriel Trujillo (Mexicali), Víctor Soto Ferrel y Adolfo Morales (Tijuana), Martha Piña y Gilberto Ibarra Rivera ( B.C.S.), y Vicente Alonso (Coahuila).

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Eve Gil es autora de cuatro novelas: Hombres necios, El suplicio de Adán (censurada durante la gubernatura de López Nogales), Réquiem por una muñeca rota y Cenotafio de Beatriz. Está por publicar un libro de cuentos, Sueños de Lot, y otro de ensayos, Jardines repentinos en el desierto, con los que obtuvo este año el Premio Nacional de Literatura Efraín Huerta (género cuento)
y el del Concurso del Libro Sonorense (género ensayo), respectivamente.

Comentários

pleyis disse…
GUAUUU
Creo que en este preciso momento n puedo leermelo todo, ya sabes ando en la oficina, pero regresaré el fin.
Solo te dejo un abrazo fuerte!
=D
Elena Méndez disse…
gracias, pleia.
me sentiré muy halagada si decides comentar de nuevo, una vez ya leído el texto.

tu amiga norteñaza

elena
Elena Méndez disse…
¡¡¡Blum!!!:

Desde hace tiempo sé de la existencia de vos, gracias a mi amadísima Eve Gil.

Me siento muy halagada, y ya se lo he dicho a ella, de que me haya incluido sin tener un libro formal.

Ah, Liliana. Me hace rabiar que todavía sucedan incidentes tan desagradables como el acontecido con ese cavernícola. Qué mentalidad tan reducida, tan mediocre, tan misógina. Eres una mujer inteligente, considera tal sandez como un halago y que te fortalezca el que te haya tomado en cuenta. No le molestaría tu idiosincrasia si no te viese como competencia, como una luz que irradia ese otro modo de ser humano y libre, como diría nuestra venerada Rosario Castellanos.

Ser feminista, pienso, es una condición que sale a flote porque odiamos las injusticias. Porque nadie puede imaginarse cuán aberrantes situaciones pasamos. Porque tenemos un poquito de lucidez.

Te ofrezco desde hoy mi amistad y ojalá la vida nos permita conocernos personalmente.

Mi correo

obsesion81@hotmail.com
Anônimo disse…
quiero ponerme al día en cuanto a la nueva literatura femenina que se está haciendo en México; asignatura pendiente, culichi.
Elena Méndez disse…
os ayudaré en vuestros empeños, omarzinho...