Liliana
Blum (Durango, 1974) es una escritora que sabe asombrar al lector,
desasosegarlo, indignarlo, conmoverlo. Ya sea que hable sobre madres
arrepentidas de serlo, de las miserias del Holocausto judío, de incontrolables
apetitos o de las más oscuras fantasías. Su penúltima novela, Pandora (Tusquets
Editores, 2014) causó una gran controversia entre el público y la crítica, al
abordar una parafilia escasamente conocida, el feederism, cuya realización
lleva a una pareja a la catástrofe.
En
su novela más reciente, El monstruo pentápodo -aparecida bajo el mismo sello editorial a principios de 2017-, Blum
aborda la pasión más inconcebible: la pedofilia: perversión que padece Raymundo
Betancourt, un ingeniero civil que ha contenido a su bestia interna por mucho
tiempo, pero que, cuando la deje escapar, trastocará varias vidas sin
importarle nada…
Converso
con Liliana Blum acerca de El monstruo…
vía internet.
Alguien dijo por allí
que Pandora, mi novela anterior, no parecía estar ubicada en ninguna
parte en particular. En realidad sí lo estaba, en mi mente yo lo tenía claro,
pero no fue evidente para los demás. Para mi próxima novela decidí que no
habría ambigüedad en cuanto al lugar. Escogí el Durango de mi niñez,
simplemente por la nostalgia que tengo de volver.
El protagonista de mi
novela es un monstruo, un pedófilo y, por ende, un criminal. La novela negra se
define como aquella que muestra la trama desde el punto de vista de un
criminal. En ese sentido sí estoy de acuerdo con que se le llame novela negra a
mi libro.
En El monstruo
pentápodo hay, efectivamente, una colaboración de uno de los personajes con
el victimario, pero no podría decirse que se llega a convertir en el verdugo.
Si bien Aimeé es co-responsable por omisión durante un tiempo, al final es ella
quien termina haciendo lo correcto y salvando a la niña.
Siempre he tenido
fascinación por los freaks, además de que en El monstruo pentápodo
juego con la dualidad del concepto: por un lado, los monstruos que no pueden
ocultarse (como quien sufre de un defecto congénito) y, por otro, los monstruos
que circulan entre nosotros con un disfraz de normalidad escalofriante que
engaña a todos. Mariquita, la enana del cuento “La señorita de Avon” es el tipo
de mujer que ninguna esposa pensaría pudiera convertirse en amante de su
marido. Aimeé, por otra parte, jamás imaginó que un hombre ‘normal’ se fijaría
en alguien como ella. Creo que los freaks dejan más en evidencia lo
engañosa y superficial que es la sociedad en que vivimos.
-Si Pandora, la mórbida
obesa, y Aimeé, la enanita, se conocieran tras haber caído en desgracia, ¿de
qué platicarían?
Seguramente acordarían
verse en un lugar privado, para evitar las miradas burlonas de los demás.
Platicarían de los hombres de sus vidas, bueno, del hombre de su vida pues cada
una sólo ha tenido uno: Gerardo y Raymundo. Quizás a toro pasado se pondrían a
pensar cómo pasaron por alto ciertas cosas, por qué terminaron autoengañándose,
cómo se animaron a hacer lo que hicieron.
Supongo que la
experiencia de la maternidad es tan diversa como el número de mujeres que son
madres, pero quiero pensar que en la mayoría de los casos sí predomina el
miedo: a que el hijo se enferme, se muera, sufra, que se lo roben, que pueda
salir adelante por sí mismo cuando la madre ya no esté. De la misma manera, al
menos en mi caso particular, la culpa está siempre allí: yo como madre siempre
me he cuestionado si realmente he hecho tomado las mejores decisiones en torno
a mis hijos, si he puesto todo de mi parte, si no hubiera sido mejor que
hubiera hecho las cosas de otra manera…
-¿Por qué gusta tanto
de colocar a sus personajes en situaciones-límite verdaderamente desquiciantes?
Porque lo que en la vida real es ideal (que las
personas actúen de forma coherente, razonable, que convivan en armonía, que se
respeten, que no se agredan, etc.), en la ficción se traduce en completo
aburrimiento. A mí me gustan las novelas en las que hay conflictos (sobre todo
internos) que ponen a los personajes en jaque: deseos imposibles, oscuros,
decisiones que siempre son dilemas.
No, así como tampoco
creo que se pueda revertir la heterosexualidad u homosexualidad de un
individuo. Creo que la sexualidad se fija a una edad temprana, sea producto de
los genes o de ciertas experiencias significativas. A lo más que se puede
aspirar es a ‘controlar’ los impulsos de un pedófilo, pero jamás podría
rehabilitarse o cambiar el motor de su deseo.
-Tras leerla, se queda
uno con la sensación de que no hay refugio posible contra la maldad del mundo…
La maldad nos rodea
como la oscuridad a los hombres de las cavernas. A pesar de años de supuesta
civilización, hay depredadores entre los seres humanos: los vemos todos los
días como los bullies en las escuelas, solazándose en torturar a compañeros
inocentes; los vemos en puestos de poder; en el narco; y en personas como
Raymundo, que de vez en cuando hacen noticia.
-¿Qué diría su prima siquiatra si leyera este
libro?
Supongo que lo mismo que podría opinar cualquier
lector de mi novela. Quiero pensar que los lectores saben distinguir entre un
autor y su obra. Novela no es biografía. Yo soy la escritora; yo no soy mis
personajes. No soy remotamente interesante como los personajes de mis novelas
ni creo que mi vida merezca ser novelada. Eso sí, como dicen las abuelitas,
tengo mucha imaginación.
Elena Méndez
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http://www.homines.com/palabras/entrevista_liliana_blum/index.htm
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