EVOCAR LA PLENITUD: MACHO VIEJO, DE HERNÁN LARA ZAVALA

Hernán Lara Zavala (Ciudad de México, 1946) es un narrador que se regodea en las palabras, extrayendo de ellas lo lúdico, lo lírico, sin dejar de lado el poder de una trama atractiva.
Con su novela histórica Península, Península (2008) -donde aborda la llamada Guerra de Castas que se dio en Yucatán durante el siglo XIX- resultó doblemente galardonado: amén del Premio Ciudad de México Elena Poniatowska 2009, obtuvo el Premio Real Academia Española 2010.
Macho Viejo (Alfaguara, 2015), su tercera novela, es una obra que se sujeta al aforismo de Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, ya que se lee de una sentada y consigue mantener al lector pendiente de la próxima andanza del protagonista.
Como bien se aclara en una nota al final del libro, se trata de una historia basada en los tres volúmenes autobiográficos del fenecido Roberto Cortés Tejeda, alias el Viejo, figura local de Puerto Escondido, Oaxaca.
Lara Zavala, con su peculiar olfato para detectar lo novelable, se apropia del personaje, cambiando su nombre y el del lugar. Condensa e hila las diversas anécdotas, otorgándoles un carácter épico.
Ricardo Villamonte, joven médico defeño, se instala en Puerto Marinero, donde logra adaptarse al entorno costeño. Ahí es conocido como el Viejo o Macho Viejo, dada su canicie prematura.
Villamonte se hace respetar por los lugareños, a quienes ayuda a mejorar sus condiciones de vida.
Ya convertido de verdad en todo un Macho Viejo, el protagonista realiza una evocación de su plenitud vital mediante una serie de episodios que lo marcaron: su intervención en el alumbramiento de una pequeña; su amistad con animales silvestres a quienes salva y a los que, cual moderno Adán, nombra: Ciro, el pelícano; Isaías, el pargo; Lucero, la cervatilla; su mediación en conflictos de borrachos; las escapadas amorosas con audaces nativas…




El autor intercala hábilmente pasajes tiernos, lúbricos, delirantes, jocosos y reflexivos: muestra al doctor Villamonte conmovido al atestiguar el nacimiento de tortugas marinas; perdido en el paroxismo de una fresca piel que lo seduce, siendo él ya muy mayor; cautivado ante la inesperada forma que cobra el espíritu de su amada Rosa en plena noche de Difuntos; estupefacto de la tragicómica situación del Gavilán Pollero, donjuán caído en desgracia; absorto ante la epifánica contemplación de la Vía Láctea.
Hernán, hombre agradecido y amistoso, rinde un homenaje al padre de su esposa Aída, el doctor  Víctor Manuel Espinosa, quien atiende al Macho Viejo, ya anciano y preocupado por malestares recurrentes.
La filosofía vital del personaje –en la cual atisba la del propio autor, según ha declarado-  jamás raya en la moralina. Cito verdaderas joyas, en las que se diserta sobre el amor, la amistad, la muerte, la vida misma: “(…) no existe mejor prueba de que amas a una mujer que desear permanecer a su lado después de hacer el amor sin aburrirte ni querer huir, con el deseo de seguirte comunicando con ella para saber qué pasa por su mente en busca de la comunión interna” (p. 141); “(…) la amistad es un arte, y un arte muy delicado (…)”  (p. 136); “los muertos sólo vuelven a nosotros en el recuerdo de los afectos perdidos” (p. 125); “Lo único que perdura en esta vida y nos justifica ante ella es la constancia, la entrega y la intensidad de nuestros afectos y nuestras convicciones” (pp. 142-143).
Macho Viejo bucea en sus adentros para meditar sobre la soledad:  “Nunca estoy menos solo que cuando estoy solo, porque es entonces cuando me permito volver al pasado y a los recuerdos (…) La soledad, como decisión personal, puede ser agradable, pero la soledad obligada resulta dolorosa (…) acaso la soledad más terrible es la inmensa soledad de los viejos: No me llores pobre, dice el dicho, llórame solo.” (pp. 143-144)
Macho Viejo: una novela muy disfrutable sobre un corazón generoso que nunca supo arredrarse ante nada.
Elena Méndez
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Hernán Lara Zavala,
Macho Viejo,
Alfaguara,
México, 2015,
152 pp.

http://www.homines.com/palabras/evocar_plenitud/index.htm

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