Confieso
no haber leído al extinto poeta argentino Juan Gelman sino hasta ahora que se
publica su libro póstumo, Hoy
(Ediciones Era/UNAM, 2014), donde se reúnen 297 poemas, cuyo leitmotiv es un
rabioso duelo. Donde se nombra la ausencia y se canta la pérdida. Esa terrible
pérdida que siempre le carcomió: la muerte de su hijo y su nuera a manos de la
dictadura argentina, que además le separó de su nietecita, a quien llegó a
conocer ya grande.
Debo
confesar algo más: leí este volumen a pocos días de haber fallecido mi hermano
mayor. Al llegar al poema XX, supe que hallaría la catarsis añorada: “¿Quién
dijo que el tiempo petrifica las lágrimas? (…) la desolación finge ser una que
no llora, se ladea el paisaje mental sin reinvención posible” (p.30).
Desolación,
aquí, es una palabra clave. Desazón, desarraigo, es lo que se respira, sobre
todo en aquellos textos claramente autobiográficos, como el XXVIII: “La compasión
tiene lotes estériles, necesitan que secuestro/tortura/asesinato sean palabras
sin materia, distraídas/retrocedentes/no pegadas a dictadura militar/a cuerpos
vivos tirados al océano” (p.38).
La
imposibilidad de expresarse lo vuelve un paria: “La palabra va de aquí para
allá, busca un sitio de no marcharse nunca” (p. 76).
En
ese contexto, es lógico que reinen el pesimismo, el escepticismo: “En el
consuelo hay soles falsos” (p. 53). Y es que se está condenado irremediablemente
a la soledad: “el destierro sin tierra es un bello destino/sin
súplicas/haberes/un solo precipicio que habitas sabiendo que es más profundo
todavía” (p.63).
Conoce
la muerte y su implacable proceder: “La muerte no interpreta sus textos, no lee
lo que se va a llevar. Si alguna prisionera en Campo Mayo recién nacida a madre
con los ojos tapados que ni a su hijo vio” (p.66).
La
muerte no impide el “amor que no se va, dolor que sigue”; arrastra una “dicha
arrojada al río San Fernando de aguas impasibles” (p.71). Dicha que llevaba el nombre
de Marcelo, su hijo.
Ausencia
presente que le hace descreer, incluso, de Dios: “Dios se fue al vacío que dejó
su muerte” (p.13); “Cuántos rostros en el vacío que Dios dejó” (p.100).
Y
si muere Dios, también mueren el Amor y el futuro: “"El
único que piensa es Amor/muere joven" (p.67); “El futuro se murió joven en
aventuras de la sangre” (p.108).
Y es que “el tamaño del dolor no cubre nada”(p.40).
El perpetuo escepticismo es “la estación más seca de la resignación” (p.177).
No hay un refugio, pues; acaso un frágil
cobertizo de palabras. Aun así, acaso ni ello quede: “La poesía no sabe holgar
sobre el abismo y nadie puede separarla de lo que es pero no es” (p.114). En
ese abismo, “explicar la ausencia es otra ausencia” (p.200). ¿Cómo curarse,
entonces, si “no hay morfina para laceraciones del espíritu”? (p.234).
Como se asevera en el poema LI: “El poema
quiere engañar al tiempo y el sufrimiento lo derrota” (p.61). Es por ello que
se inscribe dentro de lo innombrable, lo impronunciable: “El poema que te
quiero inscribir, amoramor, no tiene palabra todavía” (p.190).
“Si se acabaran las preguntas/perder un hijo es
nada” (p.244). Mas, como estas nunca acabarán, aquella pérdida constituye el
todo alrededor del cual gira esta poesía interrogante, mordiente. Esta poesía
que obsesivamente se interroga acerca de su propia naturaleza, como en el
texto que cierra este volumen, redondo en su perfección: “¿Y si la poesía fuera
un olvido del perro que te mordió la sangre/una delicia falsa/una fuga en mí
mayor/un invento de lo que nunca se podrá decir?” (…) (p.307).
La
obra, escrita en la Ciudad de México entre 2011 y 2014, está dedicada a su
esposa, Mara Lamadrid, por cuyo amor declaró Gelman haberse quedado en nuestro
país.
En
Hoy, el yo lírico monologa en un lenguaje
críptico, con un ritmo y sintaxis muy particular que invitan a leer cada poema
en voz alta, a guardarlo en nuestro más íntimo inventario.
Elena
Méndez
___
Juan Gelman,
Hoy,
Col.
Biblioteca Era,
Ediciones
Era/UNAM, 2014,
México, 312
pp.
http://www.siempre.com.mx/2014/08/nombrar-la-ausencia/
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