LA UTOPÍA PERVERTIDA: EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS, DE LEONARDO PADURA

Ésta es la historia de un desengaño. De una persecución. De una utopía pervertida, la del comunismo: El hombre que amaba a los perros, novela de Leonardo Padura (La Habana, 1955).

En ella, un frustrado escritor cubano, Iván Cárdenas Maturell, se decide a escribir el testimonio que le brindara verbalmente un tal Jaime López sobre las circunstancias que rodearon el asesinato de León Trotski.

La novela cuenta con dos narradores testigo: el propio Iván y Daniel

-colega suyo a quien confía las verdades de López, que lo han atormentado durante años-; asimismo, hay un narrador en tercera persona, que consagra sus respectivos capítulos a Trotski o a su verdugo, Ramón Mercader, reclutado por los estalinistas para ejecutarlo en su casa de Coyoacán, en México, a donde llegó refugiado gracias al gobierno cardenista.

Liev Davídovich Bronstein -que tomaría el apellido Trotski de un carcelero que lo ayudara en Odesa-, creador del Ejército Rojo, surgido durante la Guerra Civil Rusa de 1918, es desterrado por Stalin en 1929, quien lo acusa de haberse unido a los bolcheviques justo antes de la Revolución.

Stalin, haciendo honor a su apodo, que significa “hecho de acero”, busca aniquilar a Trotski, otrora su aliado, partidario de una “Revolución permanente”, a diferencia de él, que promulga el “socialismo en un solo país”. La primera postura implicaba una lucha proletaria nacional que condujera a la Revolución, buscando ampliar ésta a niveles internacionales; mientras que la segunda consistía en una defensa del socialismo por parte de la Unión Soviética, aunque predominase el capitalismo en el resto del mundo.

Iván se vuelve confidente de López, a quien conoce en 1977. Éste acostumbra dar paseos por las playas de Santa María del Mar, acompañado de sus fieles Ix y Dax, galgos de raza borzoi, motivo de su primera conversación, ya que a Iván no sólo le encantan los perros, sino que además funge como encargado de un consultorio veterinario.

El cubano se muestra intrigado ante su nuevo amigo, que usa fina vestimenta, lleva una mano vendada y siempre está vigilado por un hombre negro, lo cual lo hace sospechar que se trata de alguien importante.

Sospecha que el propio extranjero le confirma, tras revelarle aspectos de su vida de manera inconexa y confiarle haber sido muy cercano a quien inmolara a Trotski, Ramón Mercader.

El victimario, de origen catalán, es preparado durante tres años para la misión de su vida, para lo cual requiere comprometerse a “cualquier sacrificio, incluso cosas (…) amorales y hasta criminales” (p. 122).

Trotski, pese a estar cada vez más devastado tras sucesivos asilos, su inminente vejez y la ignominia familiar, impuesta por el Sepulturero, se mantiene firme en sus ideales, convencido de que “en el suprahumano proceso de la revolución no cabía pensar en tragedias personales” (p. 58).

Las fuertes confesiones de López desatan una enorme curiosidad en Iván, cuyas ansias literarias se habían visto mermadas tras la censura sufrida por su obra, al considerársele “contrarrevolucionaria”.

De este modo, Iván hurga en bibliotecas para saber más del fatídico episodio trotskiano, mientras su extraño amigo, convencido de que pronto morirá, aparece cada vez más esporádicamente en la playa, confesándole detalles harto escabrosos del crimen y pidiéndole absoluta discreción, no sin despertar suspicacias en el cubano, quien no deja de pensar en que López y Mercader deben ser la misma persona…

Mercader cumple su cometido, sorteando enormes dificultades. Al ser traicionado por sus superiores, comprenderá que el sacrificio de su víctima ha sido en vano y que no pudo desligarse a tiempo por miedo; aquel sempiterno miedo que impide escribir a Iván el testimonio de López, ese miedo que paraliza ante tanta pérdida, ocasionada por un sistema opresor.

Tarea que luego emprenderá, acuciado por su colega Daniel y por la información que recibe inesperadamente de diversas fuentes, luego de tantos años…

Magnífica novela sobre una utopía pervertida, causante de tantas persecuciones inútiles, de tantos ideales sepultados, del más atroz desengaño, de tanta vileza que, no obstante, mueve a compasión…

Elena Méndez

___

Leonardo Padura,

El hombre que amaba a los perros,

Col. Andanzas,

no. 700,

Tusquets Editores,

México, 2009,

576 pp.

http://rposdata.com/pd/index.php?option=com_content&view=article&id=1420&Itemid=1

Comentários