DOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS: LA VIDA Y LA MUERTE EN TIEMPOS DE LA REVOLUCIÓN Y LA DERROTA DE DIOS, DE JOSÉ LUIS TRUEBA LARA

José Luis Trueba Lara (Ciudad de México, 1960) es un prolífico autor de temas políticos, históricos y de ciencia divulgativa. Este año ha publicado dos libros: el ensayo La vida y la muerte en tiempos de la Revolución (Taurus/INAH), donde registra, de una manera amena, desde las cotidianidades como el ligue, las pachangas callejeras, los burlesques y las apuestas, hasta las hambres, epidemias y pugnas caudillistas; y la novela La derrota de Dios. La historia perdida de Miguel Miramón (Suma de Letras), en que se aborda la vida del “guerrero de Dios”, quien ingresara jovencísimo a la milicia, luchara contra la intervención norteamericana, fuera efímero Presidente mexicano, padeciera el exilio, la miseria y la ignominia, por no haber renunciado jamás a sus ideales conservadores. Sus hechos, sin embargo, se han mantenido olvidados por considerársele “traidor a la patria”, razón que lo condujo al fusilamiento, junto con el fugaz emperador, Maximiliano de Habsburgo, y el también General, Tomás Mejía, en el Cerro de las Campanas, de Querétaro.

Sobre ambos libros charlamos en la siguiente entrevista.

LA REVUELTA

-Al leer La vida y la muerte en tiempos de la Revolución, pienso que así deberían impartirse las clases de Historia de México en la educación básica: con un lenguaje coloquial; con un afán desmitificador y, sobre todo, otorgándole a los acontecimientos abordados una hilación y un sentido…

En términos generales, la investigación académica se vuelve cada vez más dura, y eso está muy bien, pero aleja a los lectores; por otra parte, a algunos de los divulgadores les basta con insultar para crear cosas: “¡Vean los horrores de la Iglesia!”, y se jalan el cabello… ¿Para qué descalificar lo que ya pasó?

Yo creo que la Historia es más cercana a una narración. Cuando yo empiezo a escribir La vida y la muerte (…) había que encontrarle un tono al libro; entonces pensé que era bueno escribirlo como hablo; es muy oral… no es una cosa de puro oído, sino del contenido, ¿Cómo cuentas la vida de gente como tú y como yo? Como chisme…

- Usted refiere cómo se proscribía la homosexualidad en aquella época. Ahora, pese a que esta comunidad ha ganado importantes derechos, no deja de ser lastimosa, por retrógrada, la condena que la Iglesia católica ha hecho al respecto. ¿Cuál es su opinión acerca de esto?

En aquella época no se proscribía tan fuerte la homosexualidad. Lo que se proscribía era el escándalo. Las fiestas de travestidos eran comunes, salían en las notas de sociales de los periódicos, iba gente muy reputada del sistema político y social; en una de esas fiestas don Porfirio daba el premio…

Algunos pensaban que era una enfermedad curable, los ponían a hacer ejercicio; otros decían: “no, eso no funciona, hay que llevarlo al burdel, pa’ que aprenda”; o “que se case, y ya con el matrimonio se compone…”.

No confundamos el derecho de estar en contra con ser políticamente correcto. Yo creo que el Cardenal Juan Sandoval Íñiguez tiene el derecho de decir lo que se le pegue la gana sobre los homosexuales, aunque no nos guste. Si él acusa al Jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, y a los Magistrados de la Suprema Corte, hay que demandarlo. Pero una acusación no es lo mismo que una opinión. En acusar, merece castigo; en la opinión, no hay modo de pelarlo.

- Parecería que la idiosincrasia del mexicano es muy similar a la de ese entonces, máxime en lo concerniente a la doble moral…

¡Claro! La doble moral la tenemos metida en el cuerpo. Todos nuestros vicios privados son virtudes públicas: “Todas las mujeres son unas prostitutas, menos mi mamá y mis hermanas”… “Mi mujer es una santa, por eso tengo casa chica”… eso aún permanece…

Durante el Porfiriato y los primeros revolucionarios, todo eso no se hablaba; las cosas se daban por hecho. Es decir, la esposa sabía que su marido tenía casa chica y portaba unos cuernos formidables, pero daba por hecho que ella era “la señora” y la otra era una “suripanta”. El problema es que hoy hacemos lo mismo, pero nos inventamos morales flexibles. Lo mojigatos nunca se nos ha quitado…

-Un hecho sorprendente que usted registra es la iniciativa eugenésica emprendida por el nuevo régimen, misma que podría identificarse con la de Hitler…

Cuando ganan los revolucionarios, tienen un problema muy serio: crear un mexicano a la altura de la Revolución. “¿Cómo le tenemos que hacer? Hagamos exámenes prenupciales para que no salgan niños sifilíticos ni tuberculosos… ¿Qué tal si castramos a los idiotas? Vamos castrándolos (se hizo en Veracruz)… Vamos prohibiendo los matrimonios con otras razas, porque la raza mexicana se va a degenerar”… es el caso de la prohibición legal del matrimonio entre chinos y mexicanos. No me pregunten qué es la raza mexicana, no tengo la más pálida idea. Estas ideas son de la época, no sólo de México o de la Alemania nazi. Eso significaba cambiarle también los vicios: estaba prohibido beber en algunos estados, como en el Tabasco garridista… También cambiarle la cabeza, pensar como revolucionario, tienes que aprender que hay un futuro promisorio, como si fuera una saga bíblica, el Éxodo… “salimos de la esclavitud de don Porfirio”, vamos a llegar a la tierra del Canán, “el Estado mexicano nuevo” y en el camino pues hay que sufrir un poco… Quizá suene muy mono, pero no funciona.

-¿Existe, según usted, alguna herencia positiva que haya dejado la Revolución?

¡Claro! El Seguro Social, la Secretaría de Salud, gracias a ellos la esperanza de vida en el país ha crecido; las medidas eugenésicas las puedes criticar, pero así hay vacunas públicas; conquistas en el terreno de la vivienda, el Infonavit… La legitimación del derecho de huelga.

EL EFÍMERO IMPERIO

-¿Por qué escribir sobre Miguel Miramón, considerado un traidor a la patria?

Yo a Miramón lo conocí por su esposa. De entrada, me encuentro con una historia de amor que nunca hubiera imaginado. Antes de leer las memorias de Concha Lombardo, sabía que era un traidor, que lo fusilaron en el Cerro de las Campanas. Cuando él muere fusilado, ella le pide al médico que prepara el cadáver su corazón… un acto de amor, si quieres, siniestro… A partir de allí me cayó muy bien. Empecé a seguirle la pista. El problema era cómo contarlo. Decidí hacerlo desde el punto de vista de los conservadores. Siempre lo hemos leído al revés…

- Resulta paradójico que, si bien Miramón “estaba convencido de que los mexicanos no debían ser gobernados por extranjeros”, acabara apoyando a Maximiliano…

Miramón y Maximiliano son distantes. Concha Lombardo y la emperatriz Carlota, tampoco. Verdaderamente la llevan mal. No sólo en lo social, sino en lo ideológico. Maximiliano era liberal: Miramón es “guerrero de Dios”… él ha apostado toda su vida por un país independiente, y Maximiliano es austríaco… su relación es terriblemente tensa. Maximiliano lo manda a morirse de hambre en Europa. Cuando el Imperio está perdido, lo llama. El ejército de Miramón alcanza algunas batallas victoriosas, pero al final es de palos y piedras.

- El Macabeo le espeta al entonces Presidente Ignacio Comonfort: “los traidores de ayer son los patriotas de hoy, y los patriotas de hoy se convertirán en los traidores de mañana”. ¿Estas palabras podrían considerarse aún vigentes en nuestro contexto nacional?

¡Todo el tiempo! Ser traidor es ser un derrotado… cuando políticamente derrotamos a alguien, lo primero que hacemos es descalificarlo. Si hubieran ganado los conservadores, el traidor sería Juárez, y lo acusarías de venderle la patria a los gringos.

- ¿A qué atribuiría usted el complejo mesiánico que persiste en nuestros gobernantes - y que se recrea estupendamente en esta novela-?

Cuando los países no sirven para nada, tú sólo puedes vender paraísos al futuro. Como la gente está desesperada, ya no quiere realidad… Santa Anna, Juárez, Díaz, Obregón, todo mundo ha vendido paraísos al futuro… en Alemania te lo vendían, con el Reich… Mussolini en Italia… Stalin en la URSS… Chávez en Venezuela…

Elena Méndez

FOTO: Elena Méndez

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