LA SUTIL FORTALEZA, LAS BUENAS NOCHES DE LAS VÍRGENES, DE CECILIA PABLOS


Cecilia Pablos es una artista sinaloense tan versátil como secreta. Poseedora de una amplia trayectoria y galardonada con el Premio Nacional de Poesía Benemérito de las Américas en el 2000, no es, empero, tan difundida, leída, comentada y reconocida como merece. Quien se ha acercado a su obra que abarca, además de la poesía, el teatro, la pintura y el cuento, se topa con un imaginario que en lo sutil halla su fortaleza. Las buenas noches de las vírgenes funge como crisol del rico universo interior de Pablos. Ella ilustra sus textos con obras de enorme carga onírica y una paleta de colores tomada de los paisajes más recónditos de la naturaleza. Sus dieciséis relatos están impregnados de cierta teatralidad y lirismo. Otra fusión interesante radica en que, aunque los temas son predominantemente realistas, lo fantástico, lo sobrenatural y hasta lo realista-mágico termina asomándose de manera estremecedora y contundente. Espíritus acechan a la joven viuda de “Todavía no es mañana”, queriendo llevársela; a Jerónima, su esposo Crescencio, al que ha matado, la “entrampa de los pies pa’ allá abajo”; a Román, un joven revolucionario al que hallan moribundo, logran rescatarlo gracias a “un lirio macizo” con “el olor virgen de la Martina”, su amada, ya muerta. 
Un tópico destacable es el del amor; sobre todo, el amor-pasión que conduce a la desgracia: en “Todavía no es mañana” la protagonista se derrumba tras perder a su esposo; en “Los giros equívocos” unas figuras decorativas cobran vida en pos de una fatídica ilusión; en “Mambrú se va a la guerra” una joven desaparece misteriosamente luego de que su amado parte al extranjero; y en “Las buenas noches de las vírgenes” Virginia renuncia al amor terrenal para consagrarse al divino, aunque le pese en el alma.

Pablos es una autora cuyo excelente oído le permite recrear diversos tipos de hablas. He aquí un fragmento de “La Jerónima”: “(…) esa mismita noche, emperrado por sorprender la fuga de la Leonilda con el Güero, el Crescencio fue hasta los lindes de los Figueroa y no volvió hasta traer los pelos ensortijados de mi niña y algunos volantes del vestido que la pobrecita puesto”. En dicho texto, así como en “Todavía no es mañana” y “Tal como esperan los santos”, poseen una influencia rulfiana. Otro aspecto en común de esos tres relatos, así como del que abre el volumen, “La tragedia de una mujer y un ángel que la mira” es su carga de violencia, ya sea autoinflingida o dirigida a terceros; socavada o explosiva.       
Puede hallarse una veta filosófica en “¿Hay quien te necesite viva?”, “Nadie se lava dos veces en las mismas aguas” y “El tiempo es hiel, Miriam”. En los dos primeros las protagonistas femeninas todo cuestionan y todo se cuestionan. En el último, dos hombres prisioneros: un judío llamado David y el escritor y periodista francés André Frossard coinciden en Fort Montluc y encuentran dentro de sí un modo para sobrevivir a la ignominia. Para David es su fe; para Frossard, una serie de intuiciones que le permiten relativizar lo ocurrido: “La verdadera vida comienza después del cuerpo”; “Este horror, como otros, es temporal, pero es el modo de pasar por aquí lo que lo hace definitivo”.
Las buenas noches… le recuerda al lector que, dentro de lo terrible que es la vida, “su imaginación, ese predio salvaje”, puede salvarlo de algún modo.


Elena Méndez


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Cecilia Pablos,
Las buenas noches de las vírgenes,
Col. Narrativa,
Serie Ex-Libris,
Instituto Sinaloense de Cultura,
Culiacán, 2017,
90 pp.


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