Leonora
Carrington (Lancashire, 1917-Ciudad de México, 2011) fue una gran rebelde
durante los casi 100 años que duró su vida. Insumisa irredenta, su nombre era
tabú dentro de la familia que abandonó en pos de la libertad y el amor.
Ingobernable, supo desafiar cada encrucijada que se le presentó, a pesar del
miedo. Tuvo la dignidad y entereza de sobreponerse a sus desgracias. Fue
consecuente con sus deseos y siempre se obstinó en ser libre, en ser ella misma
pese a los continuos desarraigos, en nadar a contracorriente si era preciso.
Le
dio un toque personalísimo al surrealismo, un aire ‘críptico-confesional’,
lleno de misterios transparentes.
Para
homenajearla en el centenario de su natalicio, su prima Joanna Moorhead,
periodista del diario británico The
Guardian, ha lanzado la biografía Leonora
Carrington. Una vida surrealista,
donde revela aspectos muy íntimos sobre
la afamada artista, despertando en el lector una profunda empatía hacia ella.
Desde
el principio, uno sabe que se encontrará ante una historia entrañable: “Se
llamaba Prim y abandonó nuestra familia un día de otoño de 1937, cuando solo
tenía veinte años. Había sido una criatura imposible: una chiquilla indómita,
una niña indescifrable, una joven que nunca se dejó gobernar y que, por fin,
después de sembrar más caos del que habría sido concebible e cualquier familia,
dio un portazo y se perdió en el horizonte”.
Moorhead
refiere las remotas murmuraciones sobre su lejana parienta, a quien recordó al
conversar con una historiadora del arte durante un convivio informal. El saber
lo importante que había llegado a ser la legendaria Prim –apodo familiar que
significaba “primor”- la impulsa a contactarla. Narra las vicisitudes que pasó
para dar con ella, que, por fortuna, se dejó encontrar. Es así como, durante
los últimos cinco años de vida de Carrington, entablaron una complicidad que
cimbraría a la autora, pues tuvo el privilegio de asomarse a aquel universo
creativo y vital, guardado tan celosamente.
Pese
a las dualidades en que se vio inmersa –intencionalmente o no-, Leonora procuró
ser consecuente consigo misma. Osciló entre la precariedad y el mecenazgo, el
reconocimiento y el anonimato, la locura y la lucidez.
Alegorizó
su infancia, sus temores, sus esperanzas, la mitología celta que se le
transmitió por vía materna, creando un lenguaje inconfundible.
Ante
Carrington era imposible mostrarse indiferente, no sólo por su portentosa
belleza física, sino por su fuerte carácter y sus inquietantes creaciones
artísticas que abarcaban el performance –del que fue precursora-, la pintura,
la escultura y la literatura.
Como
bien apunta su mecenas y amigo Edward James –artífice del palacio surrealista
de Xilitla-, si bien en un principio Leonora le había resultado “una mujer
altiva, frágil, ingeniosa pero ligeramente arrogante (…) una intelectual
inglesa despiadada que renegaba de la hipocresía de su país natal, de los
miedos burgueses y de la falsa moral de su educación convencional e infancia
protegida”, luego cambia de opinión: “es tímida (…) y tiene una gran humildad
interior. Casi siempre anda escasa de dinero y sin embargo, su marido y ella
siempre están dispuestos a ayudar a artistas en apuros”.
El
marido al que alude es el húngaro Chiki Weisz, padre de sus hijos Gabriel y
Pablo. Él fue su remanso de paz tras sus tambaleantes relaciones con el
surrealista alemán avecindado en Francia, Max Ernst, y el diplomático y poeta
mexicano Renato Leduc.
Otra
presencia importante en la vida de Leonora fue la pintora española Remedios
Varo, a quien conoció ya instalada en México y que llegó a ser, más que su anfitriona,
su ‘hermana’. Aunque el público medianamente enterado suele confundir las obras
de ambas, la diferencia fundamental estriba en que “si Remedios era una
ilustradora, una intérprete, una pintora de la realidad-aunque en ocasiones esta
fuera mágica-, Leonora era pasión desatada, libre de reglas, y su obra refleja
el caos, las paradojas y contradicciones del universo hasta sus últimos
confines”.
Para
su hijo Gabriel era fascinante verla en pleno proceso creativo: “Diferentes
objetos cobran vida como si siempre hubieran estado allí, habitando ese espacio
con sus propias pasiones mitos y leyendas, un lugar donde cualquier
representación de nuestros cuerpos puede por fin existir, lejos de nuestro
marco mortal y en un lugar inventado por la pintura misma”.
Una
anécdota pinta de cuerpo entero a una Leonora negada a la notoriedad. Como explica
Moorhead: “Un día teníamos que ir a un almuerzo de relumbrón en el Centro
Histórico de Ciudad de México; todos los grandes nombres del mundo del arte estarían
allí y yo iría acompañando a Leonora. Me hacía ilusión; me compré ropa para el
evento y llegué a su casa temprano. Me la encontré fumando un cigarrillo en la
mesa de la cocina y con una sonrisa de oreja a oreja. ‘Buenas noticias’-me
dijo-. Acaban de llamarme para decir que no tengo que ir. ¿Vamos al Sanborn’s?’”.
Carrington
estuvo siempre inmersa en una búsqueda existencial rebosante de innumerables
aventuras. La última de ellas, que asumió con gusto, fue la vejez. Se alegró de
que quedara atrás su lozanía. “Su aspecto físico la había hecho destacar,
atraer miradas cuando habría preferido ser anónima. La belleza, escribió, había
sido ‘una responsabilidad más’.
Su
avanzada edad tenía la enorme ventaja de “la liberación de una etapa de la vida
sin las complicaciones que trae consigo las relaciones amorosas (…) estar
enamorada también había resultado una carga. Las historias de amor eran
absorbentes, exigentes, algo que distraía la atención; en ocasiones le servían
de inspiración, en otras la limitaban”.
Leonora Carrington. Una vida surrealista es
un acercamiento a una mujer mágica que se las arregló siempre para honrar a la
libertad.
Elena
Méndez
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Joanna
Moorhead,
Leonora Carrington. Una vida surrealista
(Título original: The
surreal life of Leonora Carrington),
Traducción:
Laura Vidal,
Col. Turner
Noema,
Turner
Publicaciones,
Madrid, 2017,
232 pp.
http://semanal.jornada.com.mx/2018/02/25/leonora-la-gran-rebelde-317.html
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