REGODEARSE EN LA TRAVESURA: MÍNIMOS DELEITES, DE DINA GRIJALVA



Dentro de la narrativa, hay un género que no por breve debe ser menospreciado. Se trata de la minificción, cuyos relámpagos verbales buscan permanecer grabados en la mente del lector, sin caer en meras ocurrencias.
Dina Grijalva (Ciudad Obregón, 1959) se ha consagrado al género con buena fortuna. Prueba de ello es Mínimos deleites, su nueva travesura literaria.
Dicho volumen cuenta con setenta y seis textos y se divide en seis apartados: “Juegos de metaficción”, “Retórica erótica”, “Perversidades textuales”, “69 palabras”, “Miscelánea” y “Crímenes no ejemplares”, donde asoman textos lúdicos, sorpresivos, cachondos, irónicos, rebosantes de humor negro; ávidos de ser, en sí mismos, reflexiones sobre el género narrativo y el oficio literario, como en “Definición”: “La minificción es una gota de agua que es un mar, un grano de arena que evoca la inmensidad del desierto, una estrella que ilumina el cielo, una flor que contiene el jardín, una página que es un mundo”.
Se abordan los avatares propios de las relaciones amorosas, como en “Redacción rápida” y “Cambios”. Se cita el segundo: “Transitaste de sujeto a objeto. Después de objeto directo a indirecto y de allí a circunstancial. Ahora pongo punto final”.
Estos osados microrrelatos no sólo dejan pensando al lector, sino que le arrebatan sonoras carcajadas, como “Poligenérica”, donde la picardía del doble sentido remata en un manifiesto creativo: “las minificciones deben liberarse de toda atadura y regresar a las palabras su poder mágico, su poder de sorprender, deslumbrar y escandalizar”.

Grijalva es capaz de vincular la tradición de bestiarios con la reivindicación del placer femenino, como ocurre en “Los sirenos”, texto aparentemente disparatado pero genial en realidad.
La autora, cortazariana hasta la médula, hace guiños al exquisito erotismo del famoso capítulo 7 rayueliano en “Sueño con lluvia” y “Cita a ciegas”, elaboradas fantasías con finales inesperados.
Aquí hasta las aliteraciones son acariciantes, como en “El sesentainueve es sexy”. Cito un fragmento: “Sonreímos, suspiramos, sentimos, seguimos, soñamos, sumamos, sorbemos, ¡sorpresa!: surge la sinfonía.”
Recurrir a la repetición de un determinado sonido recuerda a otro libro insólito: Las vocales malditas, de Oscar de la Borbolla; si bien Dina prefiere las consonantes, como en el mencionado microrrelato y en otros más.
Cabe hacer hincapié en el tópico de la reivindicación del placer femenino, mencionado líneas arriba. Se defiende la sensualidad que una mujer puede (re)descubrir a solas, caso de los textos “Encuentro marino” y “El verdadero amor”.
En medio de tanto texto juguetón, contrasta, por melancólico, “El retorno a sí misma”, cuyo final hará estremecerse e identificarse a más de una mujer: “Y de nuevo la soledad, el eterno retorno a sí misma, a su búsqueda incesante como el vaivén de las olas del mar que buscan en la playa y regresan a su centro”.
En el último apartado, “Crímenes no ejemplares”, hay vampiros, homicidas, suicidas, un ejecutado y hasta una caníbal. La crueldad de ellos sólo puede equipararse a su nulo arrepentimiento.
Acaso el mejor ejemplo de esto sea “Adicta”, donde a la protagonista no le preocupa lo grave de su delito, sino los inconvenientes que le producirá en su rutina.
Mínimos deleites es un libro pequeño como pupila de colibrí, pero enorme en los goces que proporciona.

Elena Méndez

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Dina Grijalva,
Mínimos deleites,
Col. La nave insólita,
Editorial La Tinta del Silencio,
México, 2017,
96 pp.


http://semanal.jornada.com.mx/2018/01/14/regodearse-en-la-travesura-1545.html

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