HUMANOS COMO INSECTOS

Bernardo Esquinca (Guadalajara, 1972) es un narrador que sabe manejar magistralmente la tensión narrativa, el suspenso, la violencia, sin descuidar el humor y la pulcritud del lenguaje. En su nueva novela, La octava plaga (Zeta, 2011), pone de manifiesto dichos elementos, al colocarlos al servicio de una trama inquietante donde el reportero Casasola, al verse forzado al cubrir la fuente policiaca, al desaparecer la sección cultural del diario donde trabaja. Una serie de crímenes realizados con enorme saña en la furtividad de moteles le intriga sobremanera, al grado de darle seguimiento.
Situación que se tornará cada vez más complicada por la habilidad del victimario para ocultarse, al mismo tiempo que hostiga a sus pretendidas víctimas, infiltrándose en sus pensamientos.  
La adopción de conductas propias de los insectos por parte de personajes cercanos al protagonista hace que el reportero se involucre más de lo debido, por sospechar una posible relación entre tal hecho y las pistas que va dejando el asesino.
Taboada, afamado entomólogo a quien contacta Casasola para dilucidar el misterio, le plantea lo complejo del asunto; de ser armas de guerra de los humanos, los insectos han optado por tomar la revancha, venciéndolos pacientemente, alterando su comportamiento hasta convertir a cada víctima en un insecto más. ¿Acaso habrá alguna esperanza para la humanidad, que ha ido cayendo en el llamado Síndrome de Egipto, cuyos síntomas varían según el insecto que se haya apoderado de la víctima en cuestión. El único que parece saberlo es Taboada, quien, paradójicamente, padece el síndrome también: devora libros viejos, donde atisba posibles soluciones donde “la serpiente se muerde la cola”.
Sobre este alucinante thriller conversamos con el autor.
-Resulta muy interesante la alegoría que usted presenta en La octava plaga: Seres humanos devastadores y devastados, como los insectos, cuyas características repulsivas adoptan…
La idea era plantear una guerra entre humanos e insectos, una que lleva miles de años desarrollándose, pero que ahora ha entrado en una etapa crucial porque los bichos han encontrado la manera de manipular las mentes de sus rivales. Eso, más allá de la trama en sí, tiene sus metáforas: qué tanto nos parecemos a aquello que nos repugna. Pero lo que más me interesaba era intentar plasmar una “psicología” de los insectos, dejar claros los motivos que los llevan a buscar la aniquilación de nuestra especie.

-¿Podría decirse que su novela es un thriller científico?
No en realidad. Aunque hay una parte donde se explica la teoría de las feromonas, y de cómo mediante éstas los insectos están doblegando a los humanos, no existe una base científica profunda, pues no era mi intención incursionar en ese campo. Me parece, más bien, que mi libro es un relato policiaco de corte fantástico.

-Considero bastante acertada la manera en que se entrelazan Eros y Tánatos mediante el personaje de la Asesina de los Moteles, quien se comporta como Mantis Religiosa…
Se prestaba como ejemplo paradigmático de lo que comienza a suceder con los humanos: una mujer que asesina a sus víctimas durante el acto sexual, como lo hacen dichos insectos. Y era algo, también, que me permitía desarrollar tanto la trama policiaca como la fantástica. Lograr esa mezcla de géneros era uno de mis principales objetivos al escribir este libro.

-La identidad de su protagonista, Casasola, ¿sería una alusión al escritor méxico-español de novela negra Joaquín Guerrero Casasola?
En realidad es una alusión a los hermanos Casasola, fotógrafos que dejaron un impresionante archivo con imágenes del México de principios del siglo XX, entre ellas muchas relacionadas con la nota roja. Fueron pioneros del fotorreportaje en América Latina.

-El final abierto de su obra parecería sugerir una secuela…
Actualmente escribo otra novela de Casasola, pero es una aventura totalmente nueva. Es algo que está relacionado con sacrificios aztecas.

-¿A qué atribuye la vigencia de la novela negra?
Quizá porque permite un abordaje más certero de la condición humana. Al menos desde la primera mitad del siglo XX, con autores como Chandler y Hammett, el relato policiaco se pobló de antihéroes urbanos, y sus protagonistas no son ni buenos-buenos ni malos-malos, sino personajes complejos con diversos matices. También, desde entonces, cambió de premisa: más que centrarse en encontrar al culpable, la novela negra se convirtió en un espejo de la descomposición social.  Y están también el morbo y la sangre, que siempre tendrán lectores.

-¿Por qué afirma que el centro de la Ciudad de México es el mejor lugar posible para un escritor?
Porque ahí late el auténtico corazón de la Ciudad de México. Todos los estratos históricos y sociales se concentran en él. Está lleno de lugares y personajes hechizantes. Ahora, ciertamente, quizá no sea el mejor lugar para cualquier escritor. Pero para mí sí. Ahí vivo y trabajo, y procuro sacarle el máximo provecho.

Elena Méndez

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FOTO: Natalia Ferreiro

http://letrarteforca.blogspot.mx/2012/03/humanos-como-insectos-entrevista.html

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