INSTANTES DEL SER: TODO AQUÍ ES POLVO, DE ESTHER SELIGSON

Esther Seligson (Ciudad de México, 1941-2010) fue una pensadora universal: lo mismo abordó la literatura desde la narrativa, que desde el teatro, la poesía, la crítica o el ensayo.

Su mirada parecía abarcar todas las culturas, todos los tiempos. Sucumbió a la tentación de redactar –al igual que tantos otros afamados escritores- sus memorias, publicadas de manera póstuma en Todo aquí es polvo (Bruguera, 2010).

Seligson, célebre traductora, se traduce a sí misma: eterna niña olorosa a nata fresca, evoca recuerdos de su familia judía, no siempre gratos: pinta a su padre lleno de fatal encono hacia la madre, por haber perdido la doncellez antes del matrimonio –en circunstancias harto vergonzosas-; y a su única hermana, como un personaje díscolo, siempre culpándola de cualquier travesura nimia, hecha al alimón, para salir indemne.

Amante de los “instants of being”- noción creada por Woolf-, más que de un cuarto propio, se hizo junto con su hermana de un país, Graishland, “donde pasado, presente y futuro se acomodaban a nuestras expectativas y deseos” (p. 75).

Su ambivalente relación fraternal llega a dolorosos extremos, como cuando Esther es culpada de que Adrián, su primogénito, se hubiese suicidado –herida nunca cicatrizada-.

En cuanto a lo sentimental, refiere: “(…) de amores no carecí, pues amada fui e inmensamente amé, además de la pasión singular que tengo por mi soledad, los rumores de su silencio preñado de semillas que alimentan generosas mis cotidianos quehaceres”. (p. 127).

Su erudición avasallante disertó también sobre el semitismo: “Un judío, nacido judío, no deja nunca de ser Judío. Si se convierte al Islam es para poder despreciar olímpicamente sin restricción alguna a quienes antes lo despreciaron; si es al catolicismo es para purgar su necesidad de sentirse humillado (que no humilde); si es al protestantismo es para dejar de preocuparse por la ‘identidad’ y asumir cualquier fanatismo; si se hace ateo, es por comodidad; en el budismo se reconcilia con la omnicosmicidad bondadosa y femenina que al excesivo rigor del Jehová ortodoxo le falta; pero si se hace budista Zen, es justo para llevar ese rigor hasta sus últimas consecuencias de abstracción; un judío taoísta es un utópico a ultranza, mientras que el hinduismo le provee de los ingredientes de imaginación, leyendas y fantasías eróticas carentes en la ortodoxia judía. En cambio (…) nadie que no sea judío, nacido judío, puede convertirse al judaísmo o hacerse judío, con todo y los rituales por los que se obliga a pasar, circuncisión incluida, pues siempre cometerá ‘perjurio’, cuando en el rezo apele al Dios de sus padres y de los padres de sus padres, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Y no es un asunto de racismo dado que yo me dejé seducir por el budismo tibetano y no por ello me siento menos judía cuando entro a la sinagoga en el Yom Kipur”. (p. 156)

Respecto a su nomadismo irredento, la autora apunta: “La verdad, es que, con lo desgarrador que puede ser cada partida, no me cuesta desprenderme de los lugares que amo y en los que invariablemente juro quedarme ‘para siempre’, porque de hecho me quedo, se queda una de las pieles de esa Esther nómada como si dejara sembrado el cordón umbilical de cada parto, pues partos se diría que son, que han sido, cada uno de mis viajes esa imperiosa obediencia a un oscuro y preciso llamado: ‘Vete de tu país y de tu patria y de tu casa paterna’, encamínate fuera y más allá de cualquier arraigo, así sea tu tierra natal, tu lugar de origen, el sitio de tu querencia, tu entorno social, tu parentela, tus amistades” (p. 168).

Seligson entró al “mar infinitamente poroso, azul zafiro brillante, translúcido” (p. 206) de la muerte en febrero del año pasado. Nadie mejor que ella podría afirmar, como lo hiciera Elena Garro, desde su abismo poblado de letras: “Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga”.

Elena Méndez

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Esther Seligson,

Todo aquí es polvo,

Col. Narrativa,

Bruguera,

México, 2010,

206 pp.

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